Honorables diputados y diputadas asistentes a esta sesión.
Distinguidos amigos.
Ustedes han hablado hoy aquí de derechos humanos y democracia, del lawfare, del terror y del derecho de los pueblos a la verdad, la memoria y la justicia.
Hay que estar siempre alertas para que las mentiras y los prejuicios no nos hagan cómplices de injusticias. Hay que dar una batalla en todo ámbito para preservar la memoria. Ya sabemos que un pueblo sin memoria corre el error de repetir los peores errores y tragedias de su historia.
Y hay que luchar porque la justicia siempre triunfe sobre el mal. Han pasado 40 años del restablecimiento de la democracia en Argentina y 50 de que los gobiernos argentino y cubano restablecieron relaciones diplomáticas que otros obligaron a romper, los mismos que se han negado a cumplir durante los últimos 30 años la voluntad mayoritaria de la comunidad internacional.
Hace más de seis décadas Cuba sufre un despiadado bloqueo del país más poderoso de la historia. Es el sistema de sanciones más abarcador, estructurado y prolongado que ha sufrido país alguno en la historia, conformado por un andamiaje de cientos de disposiciones, órdenes ejecutivas y leyes o enmiendas legislativas de EEUU. Las primeras acciones se iniciaron en junio de 1959 y el 7 de febrero de 1962, el entonces presidente de Estados Unidos (EE.UU.), John F. Kennedy, declaró el bloqueo unilateral –no un embargo, porque como todo jurista sabe, no es una retención, traba o secuestro de bienes o valores por mandamiento de juez o autoridad competente.
Las leyes Torricelli de 1992 y Helms-Burton de 1986 legitimaron su extraterritorialidad, transnacionalizándolo, como han hecho con el derecho, para pisotear los derechos soberanos de otros estados.
En 64 años ha causado un billón 157 miL 327 millones USD en daños materiales e incontables daños y sufrimientos humanos. Tres generaciones de cubanos nacieron y viven bloqueadas, lo que equivale al 80% de la población cubana actual.
Su objetivo declarado en 1960 es “privar al gobierno cubano de recursos financieros y materiales para provocar hambre, sufrimiento y desesperación, y que el pueblo derroque al gobierno”.
Su recrudecimiento con 243 medidas adicionales durante la pandemia, alcanzó niveles de sevicia, impidiendo acceder a medicamentos, respiradores, medios de protección y diagnóstico y vacunas. A Cuba fue el único país del mundo al que se le negó la revisión de sus sanciones durante la pandemia. Ello ha dañado profundamente a las familias cubanas, dentro y fuera de la isla.
La injusta designación de Cuba como estado patrocinador del terrorismo por haber defendido junto con Noruega, como garantes, el Protocolo de ruptura de las conversaciones de paz en Colombia, condujo a un recrudecimiento del bloqueo en la esfera fi nanciera con muy graves consecuencias que han agravado las condiciones de vida del pueblo cubano.
Ya no es un secreto que Estados Unidos busca conformar un orden jurídico interracial a su medida. Esta acción fraudulenta y calumniosa, como sus listas espurias de sanciones a integrantes del gobierno cubano y de organizaciones políticas y de masas cubanas, junto con los procedimientos especiales que EEUU ha tratado de impulsar en organismos internacionales, apoyados todos en el descomunal despliegue de los medios de comunicación que hegemoniza, constituyen expresiones de judicialización política internacional de un país que se niega a aceptar el modelo que han impuesto al mundo.
No hay que animarse a buscar más argumentos: lo que está en disputa es la eliminación del oponente político al que no se ha logrado vencer con las armas, con el terror, con miseria y con mentiras.
El bloqueo es también un acto de guerra en tiempos de paz, porque así lo define la Conferencia Naval de Londres de 1909, y porque fue creado por Kennedy, invocando la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917, lo que obliga a todos los gobiernos estadounidenses a ratifi carlo, año tras año. En virtud de ello, no solo contraviene todo el derecho internacional vigente, sino que ofende groseramente la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz.
Es, además, un acto de genocidio, según la Convención de la ONU contra el genocidio, que en su artículo II, inciso C, define que “...Se entiende por genocidio... el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”.
Por ello, resulta una violación masiva, flagrante y sistemática de derechos humanos de todo el pueblo cubano y un sometimiento a condiciones de vida degradantes a las familias cubanas y a los cubanos residentes en el exterior.
El cruel bloqueo ha tenido un compañero tenebroso en el terrorismo de Estado organizado, fi nanciado, dirigido o protegido por diferentes gobiernos de Estados Unidos contra Cuba. En 1963, junto con jerarcas de la Iglesia católica cubana y de EE.UU., organizaron el secuestro de más de 14 mil niños cubanos tras realizar una campaña de propaganda masiva para convencer a los padres de que el Gobierno cubano les quitaría la patria potestad.
Ha sido su permanente compañera la guerra biológica, destinadas a generar hambre y enfermedades, con epidemias como la roya roja de la caña de azúcar, la fiebre porcina africana, el mosaico del plátano, el moho azul del tabaco, la roya del café, el thrips palmi de las legumbres, el Huanglongbing del cítrico y el dengue hemorrágico, que se llevó la vida de 101 niños y 75 adultos.
Suman 3478 las víctimas mortales y 2099 los discapacitados como consecuencia de los actos de terror armado, cuyas familias deberían ser indemnizadas por más 181 mil millones de dólares por los perjuicios causados a manos de quienes naturalizaron a mercenarios, vendiéndonoslos como opositores. Ningún dinero nos los devolverá. Por eso, como los 30 mil argentinos, están presentes.
Por todo lo anterior, nada de lo que se pueda decir sobre Cuba justifica el crimen que se comete contra los cubanos, menos por aquellos que todos los días nos dan lecciones de violencia bestial en Estados Unidos y en Europa, que todos los días nos muestran su odio, convocando a matar, quemar, destruir lo que mi pueblo ha levantado de forma heroica. Que nadie olvide que, si en algún lugar de Cuba se tortura y se mantiene presos a seres humanos de manera ilegal, es en el territorio cubano ocupado por la base naval de Guantánamo.
Antes de tratar de ser políticamente correctos con las palabras, recordemos la defi nición en 1960 del Subsecretario de Estado Lester Mallory, que definió la esencia de la política de bloqueo: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro... el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales... hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba... una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”. Cuando se hable de democracia y derechos, de paz y justicia en Cuba, nunca olviden esas palabras.
A pesar de todo esto, mi Patria no ha dejado de crecer, de trabajar, de fundar y amar en todos estos años. Nuestro sistema democrático, singular por lo participativo, volverá a las urnas el próximo domingo. Defenderemos al votar los derechos que la revolución nos dio y por los que luchamos. Y no hablo solo de los derechos sociales clásicos y más conocidos, como el de la salud, la educación, la cultura, el deporte, la igualdad, la emancipación del negro y de la mujer. Hablo, en especial de los derechos políticos: el de elegir y ser electo sin discriminación, ni partidos ni dineros que condicionen el voto; hablo del derecho a expresarse libremente en los marcos de la Constitución, sin asumirse como portavoz de intereses financieros ni de poderes extranjeros; hablo del derecho a creer, a practicar el credo y a dejar de hacerlo.
Todo eso, que fue puesto en peligro con el intento de golpe suave del 11 de julio de 2021, lo vamos a defender.
Y ustedes se preguntarán: ¿qué podemos hacer?
Yo les pido solidaridad. Solidaridad dentro de nuestros países y entre todos para denunciar y para enfrentar el desafío.
Yo les pido unidad, ayer, hoy, mañana, siempre. Dentro de nuestros países y entre todos nosotros. Unidad en toda nuestra maravillosa diversidad.
Juntos avanzaremos hasta la victoria, siempre.
Distinguidos amigos. Ustedes han hablado hoy aquí de derechos humanos y democracia, del lawfare, del terror y del derecho de los pueblos a la verdad, la memoria y la justicia. Hay que estar siempre alertas para que las mentiras y los prejuicios no nos hagan cómplices de injusticias. Hay que dar una batalla en todo ámbito para preservar la memoria. Ya sabemos que un pueblo sin memoria corre el error de repetir los peores errores y tragedias de su historia. Y hay que luchar porque la justicia siempre triunfe sobre el mal. Han pasado 40 años del restablecimiento de la democracia en Argentina y 50 de que los gobiernos argentino y cubano restablecieron relaciones diplomáticas que otros obligaron a romper, los mismos que se han negado a cumplir durante los últimos 30 años la voluntad mayoritaria de la comunidad internacional. Hace más de seis décadas Cuba sufre un despiadado bloqueo del país más poderoso de la historia. Es el sistema de sanciones más abarcador, estructurado y prolongado que ha sufrido país alguno en la historia, conformado por un andamiaje de cientos de disposiciones, órdenes ejecutivas y leyes o enmiendas legislativas de EEUU. Las primeras acciones se iniciaron en junio de 1959 y el 7 de febrero de 1962, el entonces presidente de Estados Unidos (EE.UU.), John F. Kennedy, declaró el bloqueo unilateral –no un embargo, porque como todo jurista sabe, no es una retención, traba o secuestro de bienes o valores por mandamiento de juez o autoridad competente. Las leyes Torricelli de 1992 y Helms-Burton de 1986 legitimaron su extraterritorialidad, transnacionalizándolo, como han hecho con el derecho, para pisotear los derechos soberanos de otros estados. En 64 años ha causado un billón 157 miL 327 millones USD en daños materiales e incontables daños y sufrimientos humanos. Tres generaciones de cubanos nacieron y viven bloqueadas, lo que equivale al 80% de la población cubana actual. Su objetivo declarado en 1960 es “privar al gobierno cubano de recursos financieros y materiales para provocar hambre, sufrimiento y desesperación, y que el pueblo derroque al gobierno”. Su recrudecimiento con 243 medidas adicionales durante la pandemia, alcanzó niveles de sevicia, impidiendo acceder a medicamentos, respiradores, medios de protección y diagnóstico y vacunas. A Cuba fue el único país del mundo al que se le negó la revisión de sus sanciones durante la pandemia. Ello ha dañado profundamente a las familias cubanas, dentro y fuera de la isla. La injusta designación de Cuba como estado patrocinador del terrorismo por haber defendido junto con Noruega, como garantes, el Protocolo de ruptura de las conversaciones de paz en Colombia, condujo a un recrudecimiento del bloqueo en la esfera fi nanciera con muy graves consecuencias que han agravado las condiciones de vida del pueblo cubano. Ya no es un secreto que Estados Unidos busca conformar un orden jurídico interracial a su medida. Esta acción fraudulenta y calumniosa, como sus listas espurias de sanciones a integrantes del gobierno cubano y de organizaciones políticas y de masas cubanas, junto con los procedimientos especiales que EEUU ha tratado de impulsar en organismos internacionales, apoyados todos en el descomunal despliegue de los medios de comunicación que hegemoniza, constituyen expresiones de judicialización política internacional de un país que se niega a aceptar el modelo que han impuesto al mundo. No hay que animarse a buscar más argumentos: lo que está en disputa es la eliminación del oponente político al que no se ha logrado vencer con las armas, con el terror, con miseria y con mentiras. El bloqueo es también un acto de guerra en tiempos de paz, porque así lo define la Conferencia Naval de Londres de 1909, y porque fue creado por Kennedy, invocando la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917, lo que obliga a todos los gobiernos estadounidenses a ratifi carlo, año tras año. En virtud de ello, no solo contraviene todo el derecho internacional vigente, sino que ofende groseramente la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz. Es, además, un acto de genocidio, según la Convención de la ONU contra el genocidio, que en su artículo II, inciso C, define que “...Se entiende por genocidio... el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”. Por ello, resulta una violación masiva, flagrante y sistemática de derechos humanos de todo el pueblo cubano y un sometimiento a condiciones de vida degradantes a las familias cubanas y a los cubanos residentes en el exterior. El cruel bloqueo ha tenido un compañero tenebroso en el terrorismo de Estado organizado, fi nanciado, dirigido o protegido por diferentes gobiernos de Estados Unidos contra Cuba. En 1963, junto con jerarcas de la Iglesia católica cubana y de EE.UU., organizaron el secuestro de más de 14 mil niños cubanos tras realizar una campaña de propaganda masiva para convencer a los padres de que el Gobierno cubano les quitaría la patria potestad. Ha sido su permanente compañera la guerra biológica, destinadas a generar hambre y enfermedades, con epidemias como la roya roja de la caña de azúcar, la fiebre porcina africana, el mosaico del plátano, el moho azul del tabaco, la roya del café, el thrips palmi de las legumbres, el Huanglongbing del cítrico y el dengue hemorrágico, que se llevó la vida de 101 niños y 75 adultos. Suman 3478 las víctimas mortales y 2099 los discapacitados como consecuencia de los actos de terror armado, cuyas familias deberían ser indemnizadas por más 181 mil millones de dólares por los perjuicios causados a manos de quienes naturalizaron a mercenarios, vendiéndonoslos como opositores. Ningún dinero nos los devolverá. Por eso, como los 30 mil argentinos, están presentes. Por todo lo anterior, nada de lo que se pueda decir sobre Cuba justifica el crimen que se comete contra los cubanos, menos por aquellos que todos los días nos dan lecciones de violencia bestial en Estados Unidos y en Europa, que todos los días nos muestran su odio, convocando a matar, quemar, destruir lo que mi pueblo ha levantado de forma heroica. Que nadie olvide que, si en algún lugar de Cuba se tortura y se mantiene presos a seres humanos de manera ilegal, es en el territorio cubano ocupado por la base naval de Guantánamo. Antes de tratar de ser políticamente correctos con las palabras, recordemos la defi nición en 1960 del Subsecretario de Estado Lester Mallory, que definió la esencia de la política de bloqueo: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro... el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales... hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba... una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”. Cuando se hable de democracia y derechos, de paz y justicia en Cuba, nunca olviden esas palabras. A pesar de todo esto, mi Patria no ha dejado de crecer, de trabajar, de fundar y amar en todos estos años. Nuestro sistema democrático, singular por lo participativo, volverá a las urnas el próximo domingo. Defenderemos al votar los derechos que la revolución nos dio y por los que luchamos. Y no hablo solo de los derechos sociales clásicos y más conocidos, como el de la salud, la educación, la cultura, el deporte, la igualdad, la emancipación del negro y de la mujer. Hablo, en especial de los derechos políticos: el de elegir y ser electo sin discriminación, ni partidos ni dineros que condicionen el voto; hablo del derecho a expresarse libremente en los marcos de la Constitución, sin asumirse como portavoz de intereses financieros ni de poderes extranjeros; hablo del derecho a creer, a practicar el credo y a dejar de hacerlo. Todo eso, que fue puesto en peligro con el intento de golpe suave del 11 de julio de 2021, lo vamos a defender. Y ustedes se preguntarán: ¿qué podemos hacer? Yo les pido solidaridad. Solidaridad dentro de nuestros países y entre todos para denunciar y para enfrentar el desafío. Yo les pido unidad, ayer, hoy, mañana, siempre. Dentro de nuestros países y entre todos nosotros. Unidad en toda nuestra maravillosa diversidad. Juntos avanzaremos hasta la victoria, siempre. |
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