Tenemos fe en que el pueblo de Cuba prevalecerá
Pedro Pablo Prada
Los cubanos nos propusimos construir un país con la mayor posible suma de justicia y dignidad para todos ...



El 1 de enero de 1959, el pueblo de Cuba, que batalló durante 30 años contra el colonialismo español y luchó durante 61 contra el neocolonialismo estadounidense, conquistó y pudo proclamar, al fin, su definitiva independencia y libertad.

No fue un acto formal, sino el resultado de los esfuerzos y la sangre de decenas de miles de cubanos que alcanzaron lo que para la inmensa mayoría de los pueblos de Nuestra América ya era una realidad.

Los cubanos nos propusimos construir un país con la mayor posible suma de justicia y dignidad para todos, donde los frutos del trabajo aseguraran una existencia decorosa y el disfrute de derechos merecidos, no solo por su condición humana, sino por sus sacrificios.

Desde el primer día enfrentamos el rechazo del vecino poderoso a la existencia de un estado libre, soberano e independiente en Cuba; primero con presiones diplomáticas y políticas, y luego, desde junio de aquel mismo año, en las primeras sanciones económicas.

Bastaron apenas 16 meses para que un memorando del Departamento de Estado del 6 de abril de 1960, revelara toda la verdad y sellara nuestro destino y castigo:

“…el único modo previsible de restarle apoyo interno (al gobierno cubano) es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, sufrimiento, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Así se inició el largo bloqueo económico, comercial y financiero que dura hoy más que los sitios de Jerusalén, Troya, Sagunto o Numancia, y del que hacen parte en esta época las operaciones político-comunicacionales y de terror para el cambio de régimen.

Conscientes de nuestra decisión de ser absolutamente libres, independientes y soberanos, decidimos, con las armas primero, y en asambleas populares y urnas electorales después, el modelo de país y de gobierno que deseamos para nuestra Patria.

Lo hemos hecho a contracorriente, inspirados en nuestra historia, cultura y tradición, en las experiencias de los hermanos de Nuestra América, y en las avanzadas ideas socialistas, que en nuestro tiempo fueron las que más se acercaron a los ideales por los que tanto se luchaba.

Sobre los cadáveres de la dictadura, los harapos de la República y los pedazos de la Constitución, comenzamos a construir la unidad nacional y a levantar una nueva institucionalidad política, económica y social, única y singular.

que bebió del acervo universal y del propio, y que, aunque a veces copió o se equivocó, nunca ha tenido que esconder vergüenzas, ni erró en tener por ley primera de la República el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.

Las primeras decisiones fueron definitorias para todo lo que vendría después: la propiedad de la tierra para quienes la trabajan y la de la vivienda para quienes la viven; la alfabetización y la universalización de la educación pública, gratuita y de calidad; la industrialización del país, la recuperación de los recursos naturales y el patrimonio, la democratización y extensión del acceso a la salud, la formación masiva de médicos, científicos y otros profesionales, el acceso y disfrute plenos de la cultura, el turismo y el deporte, y finalmente, la entrega de las armas al pueblo para la defensa organizada de la Patria.

Quienes nos conocen bien, saben que nos enorgullecemos de esa obra revolucionaria pero nunca presumimos de ella. Para los más jóvenes cubanos, esos cambios hacen parte de su paisaje vital. Para otros fueron una herejía, o una amenaza, por lo contagiosos que pueden resultar los buenos ejemplos.

Cuba nunca se propuso irritar a nadie por no someterse a un modelo único ni ser satélite, pero la prejuzgaron.

Cuba nunca se propuso subvertir a otros, pero tuvo que responder a las conspiraciones que pretendían subvertirla.

Cuba no exportó revoluciones, pero no tenía por qué ocultar el ejemplo de sus logros ante el mundo.

Cuba nunca practicó el terrorismo, y tuvo que enfrentarlo y sufrirlo.

A pesar de haber sido invadida y agredida, Cuba nunca invadió, ni agredió a país alguno, pero no pudo dejar de ser solidaria con los pueblos que tanto aportaron a su propia independencia, libertad e identidad, y con los que luchaban por descolonizarse.

De haber obrado de otro modo, habríamos traicionado aquel mandato de José Martí que rescató Fidel Castro y que siempre nos guía: “Patria es humanidad”.

Aquí estamos 64 años después de aquel año nuevo, diferente y único, unidos y empeñados aún en construir un país cada vez más democrático, socialista, justo, próspero, inclusivo y solidario.

Todos los días trabajamos en crear y desarrollar nuevos derechos.

Todos los días construimos y participamos en el ejercicio del poder.

Todos los días defendemos ante el mundo nuestro destino, sin sombras a nuestra autodeterminación.

Todos los días trabajamos, hacemos la revolución, cambiamos al ritmo del momento histórico y de nuestras propias necesidades, sin abandonar a un solo cubano en el camino, sin renunciar ni traicionar a nuestras arraigadas esencias patrióticas.

Aquí estamos también en este 2023, en que se cumplen 50 años de la decisión soberana de los argentinos de restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba, hecho ocurrido en las mismas jornadas en que se celebraba la llegada al poder del gobierno de Héctor Cámpora y la restitución de la democracia.

Nuestras relaciones políticas, económicas, culturales y entre pueblos, son históricas. Se han desarrollado desde entonces de modo ascendente, confirmando aquello que afirmó nuestro Presidente: “no hay fuerza en el mundo que pueda separar a argentinos y cubanos”, mucho menos ahora, en un mundo enfermo, en crisis y guerras.

Tenemos fe en que el pueblo de Cuba prevalecerá, y junto con él, lo mejor de la humanidad.
Por eso, reunidos todos ante la imagen sagrada del Libertador al que hemos honrado, compartan conmigo el grito que más nos estremece y une: ¡Viva Cuba Libre!


El 1 de enero de 1959, el pueblo de Cuba, que batalló durante 30 años contra el colonialismo español y luchó durante 61 contra el neocolonialismo estadounidense, conquistó y pudo proclamar, al fin, su definitiva independencia y libertad.

No fue un acto formal, sino el resultado de los esfuerzos y la sangre de decenas de miles de cubanos que alcanzaron lo que para la inmensa mayoría de los pueblos de Nuestra América ya era una realidad.

Los cubanos nos propusimos construir un país con la mayor posible suma de justicia y dignidad para todos, donde los frutos del trabajo aseguraran una existencia decorosa y el disfrute de derechos merecidos, no solo por su condición humana, sino por sus sacrificios.

Desde el primer día enfrentamos el rechazo del vecino poderoso a la existencia de un estado libre, soberano e independiente en Cuba; primero con presiones diplomáticas y políticas, y luego, desde junio de aquel mismo año, en las primeras sanciones económicas.

Bastaron apenas 16 meses para que un memorando del Departamento de Estado del 6 de abril de 1960, revelara toda la verdad y sellara nuestro destino y castigo:

“…el único modo previsible de restarle apoyo interno (al gobierno cubano) es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, sufrimiento, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Así se inició el largo bloqueo económico, comercial y financiero que dura hoy más que los sitios de Jerusalén, Troya, Sagunto o Numancia, y del que hacen parte en esta época las operaciones político-comunicacionales y de terror para el cambio de régimen.

Conscientes de nuestra decisión de ser absolutamente libres, independientes y soberanos, decidimos, con las armas primero, y en asambleas populares y urnas electorales después, el modelo de país y de gobierno que deseamos para nuestra Patria.

Lo hemos hecho a contracorriente, inspirados en nuestra historia, cultura y tradición, en las experiencias de los hermanos de Nuestra América, y en las avanzadas ideas socialistas, que en nuestro tiempo fueron las que más se acercaron a los ideales por los que tanto se luchaba.

Sobre los cadáveres de la dictadura, los harapos de la República y los pedazos de la Constitución, comenzamos a construir la unidad nacional y a levantar una nueva institucionalidad política, económica y social, única y singular.

que bebió del acervo universal y del propio, y que, aunque a veces copió o se equivocó, nunca ha tenido que esconder vergüenzas, ni erró en tener por ley primera de la República el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.

Las primeras decisiones fueron definitorias para todo lo que vendría después: la propiedad de la tierra para quienes la trabajan y la de la vivienda para quienes la viven; la alfabetización y la universalización de la educación pública, gratuita y de calidad; la industrialización del país, la recuperación de los recursos naturales y el patrimonio, la democratización y extensión del acceso a la salud, la formación masiva de médicos, científicos y otros profesionales, el acceso y disfrute plenos de la cultura, el turismo y el deporte, y finalmente, la entrega de las armas al pueblo para la defensa organizada de la Patria.

Quienes nos conocen bien, saben que nos enorgullecemos de esa obra revolucionaria pero nunca presumimos de ella. Para los más jóvenes cubanos, esos cambios hacen parte de su paisaje vital. Para otros fueron una herejía, o una amenaza, por lo contagiosos que pueden resultar los buenos ejemplos.

Cuba nunca se propuso irritar a nadie por no someterse a un modelo único ni ser satélite, pero la prejuzgaron.

Cuba nunca se propuso subvertir a otros, pero tuvo que responder a las conspiraciones que pretendían subvertirla.

Cuba no exportó revoluciones, pero no tenía por qué ocultar el ejemplo de sus logros ante el mundo.

Cuba nunca practicó el terrorismo, y tuvo que enfrentarlo y sufrirlo.

A pesar de haber sido invadida y agredida, Cuba nunca invadió, ni agredió a país alguno, pero no pudo dejar de ser solidaria con los pueblos que tanto aportaron a su propia independencia, libertad e identidad, y con los que luchaban por descolonizarse.

De haber obrado de otro modo, habríamos traicionado aquel mandato de José Martí que rescató Fidel Castro y que siempre nos guía: “Patria es humanidad”.

Aquí estamos 64 años después de aquel año nuevo, diferente y único, unidos y empeñados aún en construir un país cada vez más democrático, socialista, justo, próspero, inclusivo y solidario.

Todos los días trabajamos en crear y desarrollar nuevos derechos.

Todos los días construimos y participamos en el ejercicio del poder.

Todos los días defendemos ante el mundo nuestro destino, sin sombras a nuestra autodeterminación.

Todos los días trabajamos, hacemos la revolución, cambiamos al ritmo del momento histórico y de nuestras propias necesidades, sin abandonar a un solo cubano en el camino, sin renunciar ni traicionar a nuestras arraigadas esencias patrióticas.

Aquí estamos también en este 2023, en que se cumplen 50 años de la decisión soberana de los argentinos de restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba, hecho ocurrido en las mismas jornadas en que se celebraba la llegada al poder del gobierno de Héctor Cámpora y la restitución de la democracia.

Nuestras relaciones políticas, económicas, culturales y entre pueblos, son históricas. Se han desarrollado desde entonces de modo ascendente, confirmando aquello que afirmó nuestro Presidente: “no hay fuerza en el mundo que pueda separar a argentinos y cubanos”, mucho menos ahora, en un mundo enfermo, en crisis y guerras.

Tenemos fe en que el pueblo de Cuba prevalecerá, y junto con él, lo mejor de la humanidad.
Por eso, reunidos todos ante la imagen sagrada del Libertador al que hemos honrado, compartan conmigo el grito que más nos estremece y une: ¡Viva Cuba Libre!



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