El duro costo de vivir sin tener precio
EMBACUBA ARGENTINA
“Vivir sin tener precio” es un libro audaz, escrito desde el amor, la militancia y el compromiso, a veces desde la distancia y otras veces desde el vórtice del huracán ...



PALABRAS DEL EMBAJADOR DE CUBA PEDRO PABLO PRADA EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "VIVIR SIN TENER PRECIO", CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACIÓN, BUENOS AIRES, 6 DE DICIEMBRE DE 2023

“Vivir sin tener precio” es un libro audaz, escrito desde el amor, la militancia y el compromiso, a veces desde la distancia y otras veces desde el vórtice del huracán. No es casual que haya nacido en Argentina, donde tanto se nos quiere y se nos sufre a los cubanos. Suma a una pléyade de autores comprometidos que, en un discurso coral, a partir de preguntas muy agudas, narran sus respectivas visiones de la historia y ofrecen una perspectiva sobre los que consideran desafíos urgentes de la revolución cubana en su segundo medio siglo, ya casi sin sus fundadores, y conducida hoy por sus hijos y nietos.

Soy de los necios que desde muy temprano decidió abrazar el verso de Silvio, cuando éste era solo una intuición. Nací después del 1 de enero de 1959, crecí, disfruté y sufrí todas las etapas descritas en el libro. Por ello, deseo ante todo hacer algunas aclaraciones:

A esta altura de mi vida, casi la misma edad de la Revolución, he sido testigo y a veces parte de muchos acontecimientos. Como toda mi generación, gocé temprano de derechos que mis abuelos y padres jamás tuvieron. Estuve en casi todas las plazas, movilizaciones y desfiles de mi pueblo. Propuse candidatos, formulé enmiendas y arreglos a dos constituciones y otras leyes, y voté en todas las elecciones y referendos. Practiqué la crítica y la autocrítica. He estado del lado del gobierno, como servidor público, y de lado de la sociedad, como ciudadano, militante y periodista. Cuando nacieron mi hija y mi nieto, ya casi todo parecía alcanzado. En realidad, todo volvía a empezar.

He visto y sentido a Cuba desde casi toda su geografía física y humana, y desde afuera, en disimiles circunstancias, incluso practicando internacionalismo y recibiendo solidaridad. He conocido las secuelas del colonialismo, del neocolonialismo, del capitalismo, del apartheid y también, las del llamado socialismo real. Vi derrumbarse al socialismo soviético y levantarse sobre sus propias piernas al cubano. Soy afortunado de haber vivido la era de Fidel.

Por todo ello, no voy a extenderme en los muchos aciertos y coincidencias con este libro, sino en un tema que considero puede contribuir a completar una visión más amplia e integral de la hazaña de estar vivos y de la dimensión y complejidad de nuestros desafíos:

Cuba, como nación, es un concepto herético. La isla colonizada por Diego Velázquez en 1511 parecía predestinada para lucir engarzada siempre como la perla más preciada de la corona del imperio español. Su posición privilegiada la convirtió en una Capitanía General suigéneris, por la que pasaban todos los virreyes y todas las flotas que hacían las Américas.

Esto fue así hasta que al norte de la isla se estableció una población procedente de otro imperio europeo, el británico, que alcanzó su independencia de Londres en 1783. Sus padres fundadores pronto visionaron un país grande y pujante, dueño de riquezas inmensas y extendido entre los dos océanos. En su delirio de grandeza, pronto incorporaron la idea, expresada desde fines del siglo XVIII y madurada en 1805 por Thomas Jefferson, cuando comunico al embajador británico en Washington que en caso de guerra con España, era imprescindible apoderarse de la Florida y a Cuba, a la que veía como una “conquista fácil”.

En 1822, John Quincy Adams, secretario de Estado del presidente James Monroe, sentenció que, para los intereses de la joven unión americana, la importancia de Cuba, no era comparable con la de ningún otro territorio extranjero.

Al año siguiente, Adams elaboró su famosa teoría de la “fruta madura”, semilla de la ulterior Doctrina Monroe, que recordaba que “hay leyes de gravitación política, como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la Unión, y la Unión, en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda compararse para los Estados Unidos como la Isla de Cuba. Esas islas de Cuba y Puerto Rico, por su posición local, son apéndices del Continente Americano, y una de ellas, Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión".

Esos conceptos fueron abrazados por Monroe, quien, para referirse a la isla, afirmaba que: "agregar Cuba era lo que necesitaban los Estados Unidos, para que la nación americana alcanzara el mayor grado de interés... Siempre la miré como la adquisición más interesante para nuestro sistema de estado". Ese mismo año Thomas Jefferson apuntó que Cuba sería la adición más interesante a la unión americana. Como han hecho a lo largo de toda su historia, los Estados Unidos enviaron primero a sus empresas, que coparon todo el andamiaje económico español, llegando a controlarlo en su casi totalidad, a fines del siglo XIX.

La compleja relación de equilibrios internacionales en 1898, cuando Estados Unidos lanza su guerra contra España -la primera imperialista de la historia, en la que Cuba es parte del botín en disputa-, y la beligerancia demostrada por los patriotas independentistas cubanos que tras treinta años de lucha estaban a punto de derrotar al colonialismo español, llevan al presidente McKinley a aprobar en 1901 una solución de neocolonialidad para la isla insumisa (que no es la que aplican a Puerto Rico). Con ella, Cuba se salva de ser el estado 52 de la Unión, más no de su control. Muchos años después los críticos de McKinley se lo reprocharían.

Disculpen la extensión de citas. Son necesarias para entender toda la historia posterior. En el ADN de la clase política estadounidense está marcado con fuego, desde el origen de esa nación, que Cuba no está destinada a ser un Estado independiente, libre y soberano. La historia del siglo XX así lo demostró. Todos los intentos nacionalistas cubanos de cualquier matiz fueron sofocados, el país ocupado militarmente en tres ocasiones y “pacificado”. Mientras, la depredación de las empresas estadounidenses no solo esquilmó las riquezas nacionales, empobreciendo a su pueblo, sino que ensayó en su territorio muchos de los nuevos emprendimientos de negocios, incluso de los más corruptos y violentos, que luego expandirían por el mundo.

No en balde, en un arranque de sinceridad y a apenas un mes de su asesinato, el presidente John F. Kennedy reconocería que no había un país en el mundo, incluyendo cualquiera y todos los países que han estado bajo dominación colonial, donde la colonización económica, humillación y explotación fueran peores que en Cuba, en parte debido a la política de su país.

Por eso vuelvo al punto de partida: la existencia de un estado realmente libre, independiente y soberano, donde el pueblo haya autodeterminado de la manera más democrática posible el sistema político, económico, social y cultural que quiso darse, es, en sí, un acto profundamente herético y también, es una rebelión contra la imposición de un modelo hemisférico primero y global después, regido por un país de ínfulas mesiánicas, que no acepta disensos.

Cualquier juicio sobre el presente y futuro de Cuba debe considerar esta verdad. Solo entonces podrá entenderse el prolongado bloqueo económico, comercial y financiero, las invasiones armadas, el terrorismo, los sabotajes y la fiera guerra híbrida con expresiones en lo diplomático, lo cultural y lo comunicacional, apoyada en el control ejercido sobre la industria global de las infocomunicaciones y, a través de ella, en la hegemonía del pensamiento.

Y deberá considerar, además, que, dada la orientación ideológica del orden constitucional cubano, la necesidad de su destrucción es imprescindible para borrar toda amenaza a la existencia del imperio decadente. Con Cuba, es válida absolutamente la idea de Allen Dulles, recogida en su libro de memorias El Arte de la inteligencia: “…El objetivo final de la estrategia a escala planetaria, es derrotar en el terreno de las ideas las alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo y la recolonización de las utopías redentoras y libertarias, para lograr un producto paradójico e inquietante: que las víctimas lleguen a comprender y compartir la lógica de sus verdugos…” Desde luego, nadie está a salvo.

Tampoco Cuba es China, ni es Vietnam. Estos países, que han hecho extraordinarias proezas construyendo un nuevo modelo de sociedad, pertenecen a una cultura y tradición diferentes a la nuestra; disponen de los recursos naturales de los que carece Cuba, no están sometidos a un bloqueo económico, comercial y financiero, por lo cual, las oportunidades de transformar, innovar y errar son muchas más que las de Cuba, y están ubicados a decenas de miles de kilómetros de su principal adversario. Nuestros límites, el margen de riesgo y el precio de nuestros errores son mucho mayores. Los diplomáticos cubanos lo sabemos bien, empeñados en abrirle caminos al país por el mundo, en forjar alianzas, en atraer a empresas e inversores, en explicar oportunidades, que siempre chocan con los muros invisibles que nos han levantado en derredor.

Chocamos y chocaremos siempre con el imperialismo, las derechas y sus mercenarios. Pero nos preocupan otros los otros choques con esas izquierdas que giraron tanto a la izquierda que se dan la mano con las derechas. A veces vemos lecturas parciales de nuestra historia, que ignoran, por ejemplo, las fuertes contradicciones de Cuba con la URSS en distintos momentos, incluidos los de más cercanía, por nuestra vocación internacionalista, cuando sin contar con los soviéticos, miles de cubanos en los años setenta partieron a combatir en defensa de los pueblos africanos.

He dicho antes que para algunos “Cuba se convirtió en una realidad admirable, pero inviable, asfixiada por problemas supuestamente insuperables, que no había sido capaz de resolver en los marcos del socialismo real, ¡real!, que era como se llamaba aquel que servía de paradigma y se derrumbó, aprendido de manuales ladrillosos y que todos repetían como catecismo. No advirtieron en nuestra prolongada y dolorosa resistencia de los noventa el nacimiento de nuevas dinámicas de desarrollo que buscaban profundizar en las raíces de lo más autóctono del socialismo nacional y del pensamiento libertario y emancipador cubano y universal, para construir las alternativas posibles en el actual escenario mundial. Para otras izquierdas, las virtudes y las dificultades cubanas fueron motivo de inspiración para emprender caminos propios hacia el socialismo desde su singularidad. La opción no admitía medias tintas: o barbarie o socialismo”. Así pensaba hace diez años y así pienso ahora.

Hoy todo es diferente, más complejo, fragmentado. Colisionan más los proyectos individuales y el colectivo. Una decisión popularmente demandada, requerida por la economía para desatar sus fuerzas amarradas y restablecer el papel del trabajo y del dinero, y largamente estudiada, puede, de pronto, crear nuevos problemas y tildarse de inoportuna. Y alguien puede preguntarse “¿y entonces para cuándo?” Las revoluciones no son paseos de Riviera, diría Alfredo Guevara, y la crisis múltiple de hoy no es la de hace 65 años.

¿Evidencias? Entre marzo de 2022 y febrero de 2023, el bloqueo causó daños y perjuicios a Cuba estimados en el orden de los 4,867 millones de dólares. Esto implica una afectación de más de 405 millones de dólares mensuales, más de 13 millones de dólares diarios y más de 555 000 dólares por hora. De no existir el bloqueo, el producto interno bruto (PIB) de Cuba podría haber crecido un 9% en 2022. A precios corrientes, los daños acumulados ascienden a 159,084.3 millones de dólares. A precios constantes del oro, son más de 1.4 billones de dólares. Mientras, la política de terrorismo, sabotaje y guerra armada acumula un doloroso saldo de 5577 víctimas. La combinación de ambas deja un saldo humano inmedible. Recuerden siempre el fin de la política, enunciado en 1960: “provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Ha sido duramente costoso vivir sin tener precio. No nos arrepentimos. Pero tampoco ha sido ni es fácil. Y mucho menos resulta sencillo explicarlo y que se entienda, sobre todo cuando una maquinaria perversa lo minimiza todo el tiempo, para hacer parecer insalvable al socialismo y a quienes lo abrazamos como opción de vida.

No vivimos en otro mundo. Estamos sometidos a una guerra económica verdaderamente genocida, a nuevas amenazas de violencia denunciadas en últimas horas por nuestro gobierno, y al mismo bombardeo de ideas y cultura hegemónicas que ustedes. Pese a todos, seguimos creyendo en las utopías. Un nuevo pacto social se construye desde la adopción de la Constitución de 2019, aprobada en referendo por el 82% de los cubanos, y avanzan las transformaciones políticas, económicas y sociales que esta puso en marcha. Habrá prudencia y conflicto, más no faltarán construcción de consenso, creación y audacia.

Por eso me anoto desde ya para la próxima aventura que al final del libro nos proponen Zarrans y Farina: profundizar la revolución socialista -y añado, defenderla- en medio de la creciente y descomunal hostilidad de su formidable adversario y de la erosión de sus sentidos y valores fundacionales -y del cambio generacional, también agrego-, y vivirlo todo sin retroceder, entendiendo las contradicciones, disensos y conflictos de los nuevos tiempos -sentido del momento histórico, diría Fidel-, bajo un liderazgo que todos los días debe salir a conquistar a sus liderados con los principios humanistas y la estrategia que él nos legó.

Nos veremos en la batalla, hasta la victoria.

Siempre unidos; se puede.


PALABRAS DEL EMBAJADOR DE CUBA PEDRO PABLO PRADA EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "VIVIR SIN TENER PRECIO", CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACIÓN, BUENOS AIRES, 6 DE DICIEMBRE DE 2023

“Vivir sin tener precio” es un libro audaz, escrito desde el amor, la militancia y el compromiso, a veces desde la distancia y otras veces desde el vórtice del huracán. No es casual que haya nacido en Argentina, donde tanto se nos quiere y se nos sufre a los cubanos. Suma a una pléyade de autores comprometidos que, en un discurso coral, a partir de preguntas muy agudas, narran sus respectivas visiones de la historia y ofrecen una perspectiva sobre los que consideran desafíos urgentes de la revolución cubana en su segundo medio siglo, ya casi sin sus fundadores, y conducida hoy por sus hijos y nietos.

Soy de los necios que desde muy temprano decidió abrazar el verso de Silvio, cuando éste era solo una intuición. Nací después del 1 de enero de 1959, crecí, disfruté y sufrí todas las etapas descritas en el libro. Por ello, deseo ante todo hacer algunas aclaraciones:

A esta altura de mi vida, casi la misma edad de la Revolución, he sido testigo y a veces parte de muchos acontecimientos. Como toda mi generación, gocé temprano de derechos que mis abuelos y padres jamás tuvieron. Estuve en casi todas las plazas, movilizaciones y desfiles de mi pueblo. Propuse candidatos, formulé enmiendas y arreglos a dos constituciones y otras leyes, y voté en todas las elecciones y referendos. Practiqué la crítica y la autocrítica. He estado del lado del gobierno, como servidor público, y de lado de la sociedad, como ciudadano, militante y periodista. Cuando nacieron mi hija y mi nieto, ya casi todo parecía alcanzado. En realidad, todo volvía a empezar.

He visto y sentido a Cuba desde casi toda su geografía física y humana, y desde afuera, en disimiles circunstancias, incluso practicando internacionalismo y recibiendo solidaridad. He conocido las secuelas del colonialismo, del neocolonialismo, del capitalismo, del apartheid y también, las del llamado socialismo real. Vi derrumbarse al socialismo soviético y levantarse sobre sus propias piernas al cubano. Soy afortunado de haber vivido la era de Fidel.

Por todo ello, no voy a extenderme en los muchos aciertos y coincidencias con este libro, sino en un tema que considero puede contribuir a completar una visión más amplia e integral de la hazaña de estar vivos y de la dimensión y complejidad de nuestros desafíos:

Cuba, como nación, es un concepto herético. La isla colonizada por Diego Velázquez en 1511 parecía predestinada para lucir engarzada siempre como la perla más preciada de la corona del imperio español. Su posición privilegiada la convirtió en una Capitanía General suigéneris, por la que pasaban todos los virreyes y todas las flotas que hacían las Américas.

Esto fue así hasta que al norte de la isla se estableció una población procedente de otro imperio europeo, el británico, que alcanzó su independencia de Londres en 1783. Sus padres fundadores pronto visionaron un país grande y pujante, dueño de riquezas inmensas y extendido entre los dos océanos. En su delirio de grandeza, pronto incorporaron la idea, expresada desde fines del siglo XVIII y madurada en 1805 por Thomas Jefferson, cuando comunico al embajador británico en Washington que en caso de guerra con España, era imprescindible apoderarse de la Florida y a Cuba, a la que veía como una “conquista fácil”.

En 1822, John Quincy Adams, secretario de Estado del presidente James Monroe, sentenció que, para los intereses de la joven unión americana, la importancia de Cuba, no era comparable con la de ningún otro territorio extranjero.

Al año siguiente, Adams elaboró su famosa teoría de la “fruta madura”, semilla de la ulterior Doctrina Monroe, que recordaba que “hay leyes de gravitación política, como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la Unión, y la Unión, en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda compararse para los Estados Unidos como la Isla de Cuba. Esas islas de Cuba y Puerto Rico, por su posición local, son apéndices del Continente Americano, y una de ellas, Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión".

Esos conceptos fueron abrazados por Monroe, quien, para referirse a la isla, afirmaba que: "agregar Cuba era lo que necesitaban los Estados Unidos, para que la nación americana alcanzara el mayor grado de interés... Siempre la miré como la adquisición más interesante para nuestro sistema de estado". Ese mismo año Thomas Jefferson apuntó que Cuba sería la adición más interesante a la unión americana. Como han hecho a lo largo de toda su historia, los Estados Unidos enviaron primero a sus empresas, que coparon todo el andamiaje económico español, llegando a controlarlo en su casi totalidad, a fines del siglo XIX.

La compleja relación de equilibrios internacionales en 1898, cuando Estados Unidos lanza su guerra contra España -la primera imperialista de la historia, en la que Cuba es parte del botín en disputa-, y la beligerancia demostrada por los patriotas independentistas cubanos que tras treinta años de lucha estaban a punto de derrotar al colonialismo español, llevan al presidente McKinley a aprobar en 1901 una solución de neocolonialidad para la isla insumisa (que no es la que aplican a Puerto Rico). Con ella, Cuba se salva de ser el estado 52 de la Unión, más no de su control. Muchos años después los críticos de McKinley se lo reprocharían.

Disculpen la extensión de citas. Son necesarias para entender toda la historia posterior. En el ADN de la clase política estadounidense está marcado con fuego, desde el origen de esa nación, que Cuba no está destinada a ser un Estado independiente, libre y soberano. La historia del siglo XX así lo demostró. Todos los intentos nacionalistas cubanos de cualquier matiz fueron sofocados, el país ocupado militarmente en tres ocasiones y “pacificado”. Mientras, la depredación de las empresas estadounidenses no solo esquilmó las riquezas nacionales, empobreciendo a su pueblo, sino que ensayó en su territorio muchos de los nuevos emprendimientos de negocios, incluso de los más corruptos y violentos, que luego expandirían por el mundo.

No en balde, en un arranque de sinceridad y a apenas un mes de su asesinato, el presidente John F. Kennedy reconocería que no había un país en el mundo, incluyendo cualquiera y todos los países que han estado bajo dominación colonial, donde la colonización económica, humillación y explotación fueran peores que en Cuba, en parte debido a la política de su país.

Por eso vuelvo al punto de partida: la existencia de un estado realmente libre, independiente y soberano, donde el pueblo haya autodeterminado de la manera más democrática posible el sistema político, económico, social y cultural que quiso darse, es, en sí, un acto profundamente herético y también, es una rebelión contra la imposición de un modelo hemisférico primero y global después, regido por un país de ínfulas mesiánicas, que no acepta disensos.

Cualquier juicio sobre el presente y futuro de Cuba debe considerar esta verdad. Solo entonces podrá entenderse el prolongado bloqueo económico, comercial y financiero, las invasiones armadas, el terrorismo, los sabotajes y la fiera guerra híbrida con expresiones en lo diplomático, lo cultural y lo comunicacional, apoyada en el control ejercido sobre la industria global de las infocomunicaciones y, a través de ella, en la hegemonía del pensamiento.

Y deberá considerar, además, que, dada la orientación ideológica del orden constitucional cubano, la necesidad de su destrucción es imprescindible para borrar toda amenaza a la existencia del imperio decadente. Con Cuba, es válida absolutamente la idea de Allen Dulles, recogida en su libro de memorias El Arte de la inteligencia: “…El objetivo final de la estrategia a escala planetaria, es derrotar en el terreno de las ideas las alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo y la recolonización de las utopías redentoras y libertarias, para lograr un producto paradójico e inquietante: que las víctimas lleguen a comprender y compartir la lógica de sus verdugos…” Desde luego, nadie está a salvo.

Tampoco Cuba es China, ni es Vietnam. Estos países, que han hecho extraordinarias proezas construyendo un nuevo modelo de sociedad, pertenecen a una cultura y tradición diferentes a la nuestra; disponen de los recursos naturales de los que carece Cuba, no están sometidos a un bloqueo económico, comercial y financiero, por lo cual, las oportunidades de transformar, innovar y errar son muchas más que las de Cuba, y están ubicados a decenas de miles de kilómetros de su principal adversario. Nuestros límites, el margen de riesgo y el precio de nuestros errores son mucho mayores. Los diplomáticos cubanos lo sabemos bien, empeñados en abrirle caminos al país por el mundo, en forjar alianzas, en atraer a empresas e inversores, en explicar oportunidades, que siempre chocan con los muros invisibles que nos han levantado en derredor.

Chocamos y chocaremos siempre con el imperialismo, las derechas y sus mercenarios. Pero nos preocupan otros los otros choques con esas izquierdas que giraron tanto a la izquierda que se dan la mano con las derechas. A veces vemos lecturas parciales de nuestra historia, que ignoran, por ejemplo, las fuertes contradicciones de Cuba con la URSS en distintos momentos, incluidos los de más cercanía, por nuestra vocación internacionalista, cuando sin contar con los soviéticos, miles de cubanos en los años setenta partieron a combatir en defensa de los pueblos africanos.

He dicho antes que para algunos “Cuba se convirtió en una realidad admirable, pero inviable, asfixiada por problemas supuestamente insuperables, que no había sido capaz de resolver en los marcos del socialismo real, ¡real!, que era como se llamaba aquel que servía de paradigma y se derrumbó, aprendido de manuales ladrillosos y que todos repetían como catecismo. No advirtieron en nuestra prolongada y dolorosa resistencia de los noventa el nacimiento de nuevas dinámicas de desarrollo que buscaban profundizar en las raíces de lo más autóctono del socialismo nacional y del pensamiento libertario y emancipador cubano y universal, para construir las alternativas posibles en el actual escenario mundial. Para otras izquierdas, las virtudes y las dificultades cubanas fueron motivo de inspiración para emprender caminos propios hacia el socialismo desde su singularidad. La opción no admitía medias tintas: o barbarie o socialismo”. Así pensaba hace diez años y así pienso ahora.

Hoy todo es diferente, más complejo, fragmentado. Colisionan más los proyectos individuales y el colectivo. Una decisión popularmente demandada, requerida por la economía para desatar sus fuerzas amarradas y restablecer el papel del trabajo y del dinero, y largamente estudiada, puede, de pronto, crear nuevos problemas y tildarse de inoportuna. Y alguien puede preguntarse “¿y entonces para cuándo?” Las revoluciones no son paseos de Riviera, diría Alfredo Guevara, y la crisis múltiple de hoy no es la de hace 65 años.

¿Evidencias? Entre marzo de 2022 y febrero de 2023, el bloqueo causó daños y perjuicios a Cuba estimados en el orden de los 4,867 millones de dólares. Esto implica una afectación de más de 405 millones de dólares mensuales, más de 13 millones de dólares diarios y más de 555 000 dólares por hora. De no existir el bloqueo, el producto interno bruto (PIB) de Cuba podría haber crecido un 9% en 2022. A precios corrientes, los daños acumulados ascienden a 159,084.3 millones de dólares. A precios constantes del oro, son más de 1.4 billones de dólares. Mientras, la política de terrorismo, sabotaje y guerra armada acumula un doloroso saldo de 5577 víctimas. La combinación de ambas deja un saldo humano inmedible. Recuerden siempre el fin de la política, enunciado en 1960: “provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Ha sido duramente costoso vivir sin tener precio. No nos arrepentimos. Pero tampoco ha sido ni es fácil. Y mucho menos resulta sencillo explicarlo y que se entienda, sobre todo cuando una maquinaria perversa lo minimiza todo el tiempo, para hacer parecer insalvable al socialismo y a quienes lo abrazamos como opción de vida.

No vivimos en otro mundo. Estamos sometidos a una guerra económica verdaderamente genocida, a nuevas amenazas de violencia denunciadas en últimas horas por nuestro gobierno, y al mismo bombardeo de ideas y cultura hegemónicas que ustedes. Pese a todos, seguimos creyendo en las utopías. Un nuevo pacto social se construye desde la adopción de la Constitución de 2019, aprobada en referendo por el 82% de los cubanos, y avanzan las transformaciones políticas, económicas y sociales que esta puso en marcha. Habrá prudencia y conflicto, más no faltarán construcción de consenso, creación y audacia.

Por eso me anoto desde ya para la próxima aventura que al final del libro nos proponen Zarrans y Farina: profundizar la revolución socialista -y añado, defenderla- en medio de la creciente y descomunal hostilidad de su formidable adversario y de la erosión de sus sentidos y valores fundacionales -y del cambio generacional, también agrego-, y vivirlo todo sin retroceder, entendiendo las contradicciones, disensos y conflictos de los nuevos tiempos -sentido del momento histórico, diría Fidel-, bajo un liderazgo que todos los días debe salir a conquistar a sus liderados con los principios humanistas y la estrategia que él nos legó.

Nos veremos en la batalla, hasta la victoria.

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