El 24 de febrero de 1949 el día despertó con una Palestina totalmente distinta a la del Mandato británico. El Estado judío era ya una realidad, no aceptada por el pueblo palestino despojado y exhausto, pero imposible de ignorar. El reparto era un hecho, pero no según el plan de la resolución 181 de la ONU. Más allá de los límites señalados por el mapa de la partición, Israel había invadido la Cisjordania occidental, Jerusalén oeste o como se llama en árabe Al-Quds, Jaffa, Acre, Lydda, Ramleh y cientos de pueblos palestinos más. De los 14.500 kilómetros cuadrados adjudicados inicialmente al Estado de Israel por la resolución 181, este invadió 20.850 de un total de 26.323 kilómetros cuadrados que constituían el área de Palestina.
El trágico resultando de la primera guerra árabe-israelí tampoco respetó el plan de partición en lo referente a la creación de una zona bajo administración de Naciones Unidas, ni en la creación de un Estado árabe palestino independiente. Jerusalén este, Cisjordania y la Franja de Gaza -las zonas que quedaron en manos de los árabes después de la guerra- pasaron a ser administradas directamente por lo que para ese entonces se llamaba Transjordania y Egipto, sin escuchar las voces palestinas que defendían la fundación de un Estado propio.
Otra de las desgarradoras consecuencias del colonialismo sionista, insuflado y financiado por Occidente, fue la expulsión de una gran cantidad de refugiados y refugiadas palestinas fuera del territorio ocupado por los israelíes, con lo cual se desató una nueva oleada de refugiados y el sueño del retorno se convirtió en una quimera aún mas lejana y en la cohesión de la conciencia nacional palestina.
La nueva realidad, creada por una “guerra” salvajemente desigual, modificó las posturas de los actores regionales y mundiales. Para los israelíes, ya con su Estado aceptado por las superpotencias y por Naciones Unidas, lo que habían estratégicamente aceptado en su momento, es decir, la resolución 181, dejó de ser admisible. La invasión de los territorios, la expulsión de la población palestina y la seguridad de que no permitirían la creación de un Estado árabe en Palestina, se volvieron demasiado concretos y tangibles, como para renunciar a ellos. El nuevo Estado era consciente de su mayor poder, tanto a nivel militar como diplomático en lo que respecta al apoyo irrestricto de los poderes occidentales, con lo que no sentía ninguna presión para ceder.
La rapiña del territorio y la búsqueda de implantar mayor demografía sobre el terreno fueron los principios prioritarios de los sionista en su proyecto colonialista de creación del Estado de Israel. El Movimiento Sionista desde su génesis buscó el control de toda la región de la Palestina histórica y la cimentación de un Estado teocrático exclusivo para los judíos, demandaba la limpieza étnica de dichos territorios. Las aspiraciones sionistas sobre toda la Palestina histórica, en lo cual coincidían todas las tendencias políticas sionistas, se encontraron levemente matizadas por el pragmatismo liderado por Ben Gurion y el acuerdo con la partición de esa zona del Levante mediterráneo. Sin embargo, la aceptación táctica y oportunista del plan de partición de la ONU por parte de los lideres sionistas no significó nunca la renuncia a sus verdaderos objetivos y pretensiones fundacionales, y fue justamente la guerra de 1947-1948 la que posibilitó acelerar hacia los propósitos finales, tanto en lo referente al expolio de territorio incluidos sus recursos naturales, como a la expulsión de la población palestina.
Según Simha Flapan, historiador y político israelí, en su libro El Nacimiento de Israel identifica seis mitos fundacionales centrales creados por la propaganda israelí, y asumidos por la mayoría de la población de Israel:
1) los sionistas aceptaron el plan de partición de Naciones Unidas y preparaban la paz;
2) los árabes rechazaron la partición e iniciaron la guerra;
3) los árabes palestinos huyeron voluntariamente esperando reconquistar el territorio;
4) todos los Estados árabes se unieron para expulsar a los judíos de Palestina;
5) la invasión árabe era inevitable;
6) el indefenso David israelí afrontó la destrucción con que le amenazaba el Goliat
La esencia del ultra nacionalismo judío cristalizado en el sionismo, era, es y será absolutamente irreconciliable con los derechos políticos y humanos de las y los palestinos. Asimismo, la victoria de 1948 que finalizó en febrero de 1949, afianzó la idea en los sectores mayoritarios de la política israelí y su población de que es posible anexionar todo el territorio palestino, como ya lo hace de facto, si bien aún no de jure. De hecho, en la actualidad todavía no existe un mapa oficial de las fronteras israelíes.
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