Nació en el noreste argentino, en la provincia del Chaco, en la localidad de Machagai. Comenzó con el folclore y las danzas nativas, fue en 1915 cuando con sólo seis años de edad integraba el Sexteto Moreira, junto a su padre Jorge Alemán Moreira —guitarrista uruguayo—, su madre Micaela Pereyra —pianista e india toba— y tres de sus hermanos.
Vinieron a Buenos Aires y buscaron trabajo. Se emplearon en elencos de segunda categoría. Oscar hacía malabarismo, bailaba malambo, zapateaba. Finalmente, emigró con su padre y sus hermanos a la ciudad de Santos, en Brasil. La madre no viajó.
Poco tiempo después, sobrevino el suicidio de su papá y los hermanos se disgregaron. Para ganarse la vida abría las puertas de los automóviles que arribaban al cabaret Miramar y soñaba con ser guitarrista. Consiguió un cavaquinho, instrumento de cuatro cuerdas. Un día, alguien lo escuchó tocar y en poco tiempo se convirtió en el número atracción de ese local.
Tenía quince años cuando forma dúo con el guitarrista local Gastón Bueno Lobo, se pusieron Los Lobos y registraron algunos tangos y algunas adaptaciones en tiempo de tango: “Vividor”, “Mi chiquita”, “En un pueblito de España”, “La cumparsita” y “Guitarra que llora”, tema que le pertenece y al que luego pusiera letra Enrique Cadícamo. Lo estrenó Agustín Magaldi y fue llevado al disco el 25 de agosto de 1928.
Llegaron a Buenos Aires en 1925 y, a instancias del sello Victor, se incorporaron a la compañía del actor Pablo Palitos, junto a Elvino Vardaro, para formar el Trío Víctor. Grabaron varios temas: “Recóndita” música de Fausto Frontera y letra de Celedonio Flores, “Página gris” de Enrique Cantore, “Un beso” de Vardaro, “El presumido” de Villoldo.
Supo acompañar, en su juventud, a Magaldi, en alguna grabación, y también a Rosita Quiroga. Se lo reconoce fácilmente por los sones de una guitarra hawaiana.
«Luego nos fuimos a Madrid, era 1929. Allí nos separamos, yo me quedé un tiempo en España y me largué a París. Por entonces tenía un número con un bailarín, Harry Fleming. En 1932, me contrató la famosa Josephine Baker, la acompañaba en algunos números y pronto dirigí la orquesta, éramos los Baker Boys. Allí frecuenté el Hot Club de Francia, conocí a los grandes músicos, hice muchas cosas, hasta 1940. Ya con la guerra, cuando los alemanes llegan a Francia volví a mi país».
Nunca estudió, fue un intuitivo total, su música tuvo mucho que ver con sus lejanos genes africanos. Armonizaba con tanta perfección que producía la admiración de los colegas de renombre. Cuando ya grande le preguntaron por los músicos que a su entender armonizaban bien, contestó: «De acá me gustan Horacio Salgán y Astor Piazzolla. Enrique Villegas me gusta mucho, a pesar que dicen que es medio loco».
De los antiguos clásicos le gustaba Johan Sebastian Bach: «Es el padre de la música. Él es mucho más viejo que el jazz e hizo mucho jazz sin saberlo, claro». De los clásicos más modernos destacaba a Claude Debussy y a Maurice Ravel: «Me hacen ver las cosas». En el tango, cuando se le requería entre Aníbal Troilo y Astor Piazzolla, decía: «Son dos cosas distintas. Piazzolla mete mucho jazz en el tango, Troilo es más puro tocando. No quiere decir que sea mejor bandoneón o que sea mejor músico. Yo lo tengo a Piazzolla como un gran músico. Salgán también tiene influencias del jazz, a mí me encanta, tiene mucha musicalidad adentro».
Oscar hizo bailar a toda la juventud de la década del 40 que frecuentaba el antiguo Gong, el Richmond Suipacha, la confitería Adlón, de la calle Florida. En 1941, creó un quinteto sin piano para que lo acompañe como solista, eran tres violines —uno de ellos el chileno Hernán Oliva—, contrabajo y batería.
En 1974, vivía con su esposa en la calle Maipú a media cuadra de Corrientes: «Hace 16 años que vivó aquí, me ven permanentemente, pero a nadie se le ocurrió llamarme para el Maipo o El Nacional u otro espectáculo importante. Tengo alumnos, en este momento veinticuatro, y sigo componiendo y tocando.
«De profesional, nunca toqué folclore argentino excepto una vez. Fue una noche de Navidad en Budapest, cuando estaba con Josephine, ella alquiló un restaurante para que todo el elenco estuviera junto. Después de comer, pidió que cada uno tocara algo, pero que no fuera lo habitual. Cuando llegó mi momento se me ocurrió tocar un gato que fui creando ahí, con zapateado y todo. Aplaudieron mucho. Yo salí corriendo para la cocina y me puse a repasarlo para no olvidarme. No lo olvidé y, muchísimo tiempo después, lo grabé con el nombre “El perrito”, tal cual era».
Como solista, llegó al disco con algunos tangos adaptados a su gusto en tiempo de jazz y con sus propios arreglos e improvisaciones. Fueron los casos de “Milonga triste”, donde canta parte de la letra de una forma poco convencional, su tema homenaje “Al gran Horacio Salgán” y “La cumparsita”, en el mismo tono que los anteriores.
En el año 2002 se estrenó Oscar Alemán, vida con swing, un excelente film documental, escrito y dirigido por Hernán Gaffet. Realizado en el año 2002, es una obra que plasma la brillante vida musical y dolorosa vida personal, del genial guitarrista. Se ha convertido en una pieza fundamental de rescate y referencia sobre uno de los más geniales —y a la vez olvidado— músicos que dio la Argentina.
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