(Venezuela)
Licenciado en Estudios Internacionales, Magister en Relaciones Internacionales y Globales. Doctor en Estudios Políticos, posee una extensa y variada obra ensayística y periodística.
Fue director de Relaciones Internacionales de la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela y Embajador de Venezuela en Nicaragua.
A la fecha ha publicado 13 libros de su autoría, así como numerosos
artículos y ensayos en casi 20 revistas de Venezuela, México, Chile, Perú, Brasil, Argentina y República Dominicana entre otros, además ha coordinado, compilado y participado en de varias publicaciones colectivas en aproximadamente 10 países de América Latina y Europa, además de varios pequeños libros temáticos.
Docente en Venezuela, México y China para sumar a su actividad de investigación. Ha recibido distinciones y condecoraciones, entre otras el Premio Nacional de Periodismo 2016 de Venezuela.
Desde marzo de 2016 es Investigador Invitado del Centro de Estudios Globales de la Universidad de Shanghái. China.
El uruguayo Alberto Methol Ferré —hoy famoso por la influencia de su pensamiento en el papa Francisco- nos ha dicho personalmente, y lo ha escrito, que las guerras de la independencia tenían una doble finalidad. Por un lado, lograr la libertad, la independencia de la Corona española y, por otro, la unidad política de este continente. Lo que la fuerza de las armas patriotas lograron en Ayacucho fue la independencia. A partir de ese momento comenzó a fracasar el proyecto de la unidad. En la misma noche del 9 de diciembre de 1824, las tendencias centrífugas de los puertos de América Latina, de sus oligarquías regionales, comenzaron ese lento, pero efectivo, proceso de división, de balcanización, como ha sido llamado en el siglo XX. Con ello aparecieron los así llamados “héroes nacionales”. Cada uno correspondía, de una manera platónica, a las virtudes y excelencias de sus pueblos.
Así, los argentinos teníamos un San Martín austero, enjuto, prudente, de costumbres espartanas. Desinteresado —según la historiografía oficial- en la política y sus bajezas. Los venezolanos, en cambio, tenían a un Bolívar enamorado del baile y las mujeres, dicharachero. Los chilenos tenían un O’Higgins, de gran patriotismo nacional. Los historiadores de la balcanización en cada uno de nuestros pueblos, construyeron un héroe en el que sus virtudes –abstractamente- estaban en correspondencia con la integridad que cada uno de esos pueblos se adjudicaba a sí mismo. Por el contario, sus defectos correspondían a los que se les adjudicaba a los otros pueblos de América Latina.
El encuentro de Guayaquil ha sido presentado a los argentinos, por la historiografía liberal y balcanizadora, como un verdadero misterio, un arcano, un enfrentamiento casi metafísico entre un hombre humilde, despojado de todo interés político y un hombre soberbio y, sobre todo, ambicioso de poder y gloria. Para esto se montó toda una arquitectura literaria que no vaciló en mentiras y falsificaciones a fin de ocultar las razones políticas, sociales y militares que llevaron al correntino José de San Martín a entregar el mando de los ejércitos libertadores al caraqueño Simón Bolívar. Imposibilitados de explicar lo ocurrido en esas cuatro horas de conversación amistosa entre el Protector del Perú y el presidente de la Gran Colombia —ya que toda explicación los inculpaba- se dieron a la tarea de analizar el encuentro sobre las bases de las características personales, psicológicas, de formación y sociales entre ellos.
Este libro viene a dar respuesta definitiva a esa mitología. San Martín carecía en absoluto de un apoyo político estratégico que le permitiese sostener hasta las últimas consecuencias la tarea de la liberación. Buenos Aires no lo apoyaba, y no solo eso, sino que conspiraba contra él.
Rivadavia fue gran enemigo de San Martín y el principal escollo político para su proyecto suramericano. Esa burguesía comercial porteña, a la que Rivadavia expresaba, estaba totalmente desinteresada del hinterland continental, preocupado solamente por la administración de sus almacenes y su puerto.