El colectivo de la Embajada de Cuba en Argentina rindió homenaje en Buenos Aires al General José de San Martín, en ocasión del aniversario 224 de su natalicio, y de los 127 años del reinicio de nuestras gestas independentistas.
El Embajador Pedro Pablo Prada, acompañado de la Segunda Jefa de Misión, Dagmara Calzada, colocaron una ofrenda floral ante el monumento del ilustre prócer argentino.
A continuación reproducimos el texto íntegro del mensaje del embajador Pedro Pablo Prada en la ceremonia de colocación de ofrenda floral ante el monumento del Libertador José de San Martín, con motivo del Día Nacional de Cuba:
Así como la Argentina se concita cada año en ocasión del 25 de mayo para honrar en La Habana a José Martí, no podíamos los cubanos, hijos de la gratitud, dejar de rendir honores en nuestro Día Nacional al Libertador José de San Martin, aquel que –cito al Apóstol- “trabajó con plan y sistema por la independencia de América, y su felicidad, obrando con honor y procediendo con justicia”.
Peculiares circunstancias impidieron celebrar este acto cerca del 1 de enero. Por ello optamos por la fecha del 24 de febrero, porque es la víspera del natalicio del Libertador, y porque la celebración y defensa de nuestra libertad es diaria.
La elección de la jornada tampoco es casual: hace 127 años se alzó unido el pueblo cubano contra el dominio colonial, e hizo la guerra necesaria para “lograr la independencia de Cuba e impedir a tiempo con ella que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos y cayeran, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”, como afirmó en carta póstuma Martí, cuyos 170 años festejaremos.
Cuba ha celebrado el 63 aniversario del triunfo de la revolución popular, nacional, liberadora y antimperialista que completó en el siglo XX la epopeya emancipadora del XIX; trunca por una ocupación militar que dejó como herencia una oprobiosa base naval militar, varias intervenciones armadas, absoluta subordinación económica y política, y luego, una política fracasada, dañina y criminal que dura más de 60 años, contra un país que quiso elegir su propio destino.
¿Cuál es el legado de ese empeño en destruir el socialismo en Cuba? Cientos de millones de dinero del contribuyente estadounidense dilapidados, 5577 víctimas cubanas, 181 mil millones de dólares en daños por actos terroristas, y un bloqueo económico, comercial y financiero, cuyo impacto suma más de un billón 98 mil 8 millones de dólares, si se toma en cuenta la depreciación del dólar frente al oro en el mercado internacional.
Cuba se desarrolla y vive en esas condiciones gracias al esfuerzo heroico de nuestra gente noble, alegre y trabajadora. Bajo esas condiciones la economía comienza a recuperarse y crecer, mientras el pueblo ha decidido seguir revolucionando nuestro sistema político, económico y social; hacerlo cada día más democrático, más justo y más digno, donde cada cubano pueda disfrutar a plenitud sus derechos sin presiones, sin injerencias, sin amenazas.
Doscientas cuarenta y tres medidas dirigidas a golpear a las familias cubanas, a las empresas públicas, cooperativas y privadas, y a las transacciones financieras internacionales del país, aplicadas criminalmente durante la pandemia, evidencian lo que la ONU califica como “genocidio”. El fin es el mismo de 1960: rendirnos por hambre, sufrimiento y desesperación, como escribió Lester Mallory. No lo logran a pesar del daño que causan.
El peor ataque ha sido contra la cultura nacional, cimiento tutelar de la Nación, su espada y su escudo. Y aun cuando cargamos las cicatrices de la furiosa embestida, hemos resistido.
Los amigos y los observadores ven con sorpresa y hasta irritación cómo proliferan denuestos que confunden a unos y entusiasman a otros. Los cibernautas y los diplomáticos se sorprenden con la manera descarada en que el Departamento de Estado y su embajada en La Habana, han incorporado a su rutina diaria la emisión de juicios y opiniones sobre la realidad interna cubana, que publican y reiteran sin pudor, violando normas y principios del derecho internacional.
Las carencias provocadas por esa guerra infinita y nuestros propios errores de república y pueblo joven, potenciados por la pandemia y un entorno internacional caótico, propiciaron los sucesos del pasado año, concebidos como un plan, que algunos creyeron era el fin.
En realidad, solo se escenificaba un episodio conflictivo de la guerra del más poderoso de los imperios contra un pequeño país empeñado hoy en la refundación de su consenso nacional, tras la aprobación mayoritaria de una nueva Constitución, la elección de un gobierno a cargo de los hijos de la Revolución y la aplicación de complejas medidas económicas y sociales demandadas por la población.
Como su bandera, que tremola erguida ante el huracán, así está Cuba:
Orgullosa de que el sistema político, económico y social que creamos, nos ofrezca a diario nuevos aprendizajes democráticos, como el de conformar entre todos un audaz Código de las Familias que revolucionará el Derecho y los derechos de todas las personas.
Doscientas cuarenta y tres medidas dirigidas a golpear a las familias cubanas, a las empresas públicas, cooperativas y privadas, y a las transacciones financieras internacionales del país, aplicadas criminalmente durante la pandemia, evidencian lo que la ONU califica como “genocidio”. El fin es el mismo de 1960: rendirnos por hambre, sufrimiento y desesperación, como escribió Lester Mallory. No lo logran a pesar del daño que causan. |
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